La enemistad venía de lejos, tanto que del abuelo Jordi
escuché no menos de tres versiones, a veces en el mismo día. Mi padre era más ponderado
y de sus labios no salía otra historia que la de la vaca de los Monturiol.
Parece ser que el animal se comió una parra que se elevaba junto al viejo pino
de la entrada. No sé, pero creo que por tonterías como esa siempre odié a mi
padre.
Nuca tuve valor para preguntarle a mi madre, era demasiado
primaria para explicar por qué había que odiar a los vecios. Niño esa gente es
mala.
Creo que la clave me la dio la abuela Montserrat cuando me dijo
que nosotros guardábamos mejor las tristezas.
Me dio por pensar que los frascos del sótano no estaban
llenos de melocotones o peras en almíbar, sino de muertes de niños prematuros o
de cosechas devastadas por el granizo hervidos al baño maría para sacarles el
aire. Me imaginé a la bisabuela Julia colocando en una orza el incendio de la
casa embadurnado en pringue.
Y mientras, ellos, la mala gente, esos incapaces que
teníamos por vecinos, dejaban los desastres pulular libremente por su finca.
Les importaba un rábano tanto que se acercaran a la fresquera y arrasaran con
los víveres del mes, o a la puerta de la valla, siempre abierta, y se escaparan
para no volver.
Me gusta muuuuchooo Paco!!!!
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