miércoles, 3 de abril de 2013

El preso


“El verano en el cuerno de África no es una estación, es una constante”, le dijo a Pierre Lafargue, cabo de la Legión Extranjera Francesa, su tío François, ex miembro también de este cuerpo y antiguo combatiente de La Gran Guerra.

Pierre llegó con el reemplazo semestral del primero de enero de 1939 y llevaba casi ocho meses en La Somalia Francesa, o lo que en el lenguaje políticamente correcto de los ambientes gubernamentales parisinos se llamaba “El Territorio de los Afars y los Issas”.

Pese al calor, la arena y la ausencia de mujeres blancas, la misión era bastante sencilla. Estaba destinado en una fortaleza a unos 20 kilómetros al Norte de Djibuti, en los sótanos de la cual estaba recluido un prisionero del que nada se sabía. Casi 100 hombres al mando de un coronel se pasaban el día hablando de sus novias y especulando sobre la identidad del personaje. Sólo se sabía que llevaba allí desde 1918 y que las bandejas de comida las devolvía prácticamente intactas.

El tedio de las tardes de agosto, aderezado con el vino dulce con el que la tropa solía acompañar las partidas de cartas de la sobremesa, hicieron que Pierre, que esa semana estaba a cago de servir la comida al misterioso reo, llevara su curiosidad hasta el otro lado de la oxidada puerta. Allí encontró a una chica de no más de veinte años, vestida con un impecable traje de noche. Inmovilizado por su belleza no hizo nada mientras ella se dirigía hacia la puerta. Al llegar a su altura le susurró algo sobre su alma que no llegó a entender. Segundos después la mujer había desaparecido sin dejar rastro.

Al día siguiente recibieron la orden de movilización general, al parecer Hitler había cumplido su amenaza y había invadido Polonia. La Guerra era ya inevitable.

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