“El verano en el cuerno de África no es una estación, es una
constante”, le dijo a Pierre Lafargue, cabo de la Legión Extranjera Francesa,
su tío François, ex miembro también de este cuerpo y antiguo combatiente de La
Gran Guerra.
Pierre llegó con el reemplazo semestral del primero de enero
de 1939 y llevaba casi ocho meses en La Somalia Francesa, o lo que en el
lenguaje políticamente correcto de los ambientes gubernamentales parisinos se
llamaba “El Territorio de los Afars y los
Issas”.
Pese al calor, la arena y la ausencia de mujeres blancas, la
misión era bastante sencilla. Estaba destinado en una fortaleza a unos 20
kilómetros al Norte de Djibuti, en los sótanos de la cual estaba recluido un
prisionero del que nada se sabía. Casi 100 hombres al mando de un coronel se
pasaban el día hablando de sus novias y especulando sobre la identidad del
personaje. Sólo se sabía que llevaba allí desde 1918 y que las bandejas de
comida las devolvía prácticamente intactas.
El tedio de las tardes de agosto, aderezado con el vino
dulce con el que la tropa solía acompañar las partidas de cartas de la
sobremesa, hicieron que Pierre, que esa semana estaba a cago de servir la
comida al misterioso reo, llevara su curiosidad hasta el otro lado de la
oxidada puerta. Allí encontró a una chica de no más de veinte años, vestida
con un impecable traje de noche. Inmovilizado por su belleza no hizo nada
mientras ella se dirigía hacia la puerta. Al llegar a su altura le susurró algo
sobre su alma que no llegó a entender. Segundos después la mujer había
desaparecido sin dejar rastro.
Al día siguiente recibieron la orden de movilización
general, al parecer Hitler había cumplido su amenaza y había invadido Polonia.
La Guerra era ya inevitable.
¡¡Muy grande!!
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