domingo, 28 de abril de 2013
Testamento
A las seis de la mañana de un indiferente día de enero, sobre el barro helado de una trinchera excavada en una colina entre Bélgica y Francia, y bajo el incesante fuego de mortero de las tropas del Káiser, empezó a escribir Pierre su testamento.
Su navaja sería para el Cabo Latuche, que después de habérsela robado cuatro veces la merecía más que nadie. Su taza de hojalata y sus botas se las dejaría a Paul Lagrange, el único en el batallón que nunca lo humilló, seguramente porque sabía que Pierre lo amaba.
Por último, su bien más preciado, su precioso cuerpo de veinte años apenas gastado, sería para el soldado alemán que lo matara. Al fin y al cabo, justo era que el cazador se quedara su pieza.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario