martes, 18 de marzo de 2014

Los Amorebieta

¿Nepotismo? Pamplinas. Aquello fue envidia.

No pudieron soportar los aires renovadores que mi tío Epifanio quiso dar a la Educación de la Provincia. Fue un adelantado a su tiempo, un auténtico visionario que tuvo la desgracia de vivir cien años antes de tiempo

Para empezar acabamos con la pléyade de apellidos que se daban en la Delegación Provincial. Los Amorebieta sustituimos a los plebeyos Pérez, Hernández… Cómo se llenaba la gente la boca cuando pedían audiencia con el Señor Amorebieta: uno no tenía menos que ponerse el traje de los domingos para estar en consonancia con tan distinguido patronímico.

Y qué decir de las innovaciones administrativas que trajimos a los diferentes departamentos. Sin ir más lejos, mi padre, hombre de pocas palabras y menos letras, que además de ocupar el difícil cargo de hermano mayor del Tío Epifanio, tuvo en suerte ostentar la jefatura de la inspección educativa provincial. Su más sobresaliente medida fue la de ordenar que los inspectores a su cargo usaran americana roja o verde según trabajasen a Norte o Sur de la provincia. Además debían llevar pantalones azules los días que visitaran colegios y morados cuando tocaran institutos de secundaria. Los viernes, reservados para la preceptiva reunión de coordinación, era imperativo el esmoquin negro con pajarita galáctica.

O mi abuela Graciana, que al frente del Registro General, invitaba a un buñuelo de crema a todo aquel que tuviera que compulsar más de diez documentos, tarea ésta que ejecutaba con gran rapidez pues su ceguera le libraba de la engorrosa labor de tener que andar cotejando papeles.

Pero quiso Dios (así llamábamos al Tío Epifanio en la intimidad) que la tarea más ingrata y complicada recayera sobre los hombros de quien esto escribe. Yo, que apenas había terminado La FP, me puse al frente de todo el personal docente de la provincia.

De mi breve paso por las aulas había aprendido dos cosas: a abrir botellas de cerveza con las nalgas y que los profesores son sin duda el gremio más pagado de sí mismo de cuantos pueblan este mundo. Así que, una vez usada la primera para acabar con la sed de mis compañeros de oficina, me propuse finiquitar también con en engreimiento de los docentes.

Desde el primero día del mes siguiente, ordené que todo el personal adscrito a un centro debía mudarse a un cobertizo erigido para tal fin en sus inmediaciones. La construcción de este nuevo edificio correría a cargo de los profesores y sus familias. Por supuesto estarían prohibidas todas las comodidades de la vida moderna: calefacción, agua corriente, jabón desparasitario, inyección antitetánica….

Pero la habitual resistencia al cambio y al afán de conservar unos privilegios inmerecidos, movilizó a esos insectos despreciables. Al día siguiente de la promulgación de la “Orden para la Mejora de la Aptitud Docente” una turba canallesca rodeó la Delegación al grito de “Amorebieta no nos bajamos la bragueta”. Dos días después éramos portada de todos los diarios de tirada nacional.


La proverbial cobardía de la casta política de este país hizo el resto. El ministro, incapaz de ver las bondades de las reformas que los Amorebieta habíamos puesto en marcha, firmó el cese de mi tío y con él, del resto del clan.

jueves, 22 de agosto de 2013

Luis Fernando Lizarza

Conocí a Luis Fernando Lizarza en el tren preTGV y pre casi cualquier cosa que unía París y El Mediterráneo el 17 de enero de 1977. De aquel día recuerdo que gobernaba Giscard, hacía un frío de cojones y que anduve tres horas bajo la nieve la distancia entre mi apartamento y La Gare du Lyon: tenía que decidir entre el metro y un café con leche y salió cara.

Todavía no tengo del todo claro por qué me empeñé en viajar a Marsella con los últimos francos que me quedaban, pero llevaba cerca de un año en París siguiendo los pasos de Cortázar, y mi único logro como escritor había sido publicar uno de mis peores cuentos en una antología dedicada a autores jóvenes sudamericanos que hizo la Editorial Pont Neuf. Supongo que fue la desesperación la que pagó los 100 francos del billete y me puso en aquel tren.

Recuerdo que fue Luis Fernando el que se dirigió a mí en un perfecto uruguayo, como perfectos eran su letón, su extremeño o su raya en los pantalones. Me había oído maldecir mi mala suerte en voz alta durante la primera hora de viaje, así que más por pena que simpatía se presentó en mi idioma, me dijo que me callara de una puñetera vez y empezó a contarme la historia la de su vida.

Como si de un mal escritor se tratara empezó por el principio. Sostenía Lizarza que el estallido de la Segunda Guerra Mundial le había pillado en un viaje por el Norte de Inglaterra, aunque sobre qué hacía allí o de dónde venía me dijo que no hablaría, que no eran relevantes para la historia. Lo que si me contó fue que en menos de un mes estaba trabajando para la pequeña sección de español de la  BBC. Grababa cuñas sobre la situación de la guerra que serían radiadas en emisoras de toda Sudamérica. En apenas un mes, era capaz de dominar todos los acentos del continente observando los matices propios de cada país. Podía, según me dijo, disertar sobre los 34 tonos del castellano que se usaban en Honduras, o sobre las diferencias de nuestro idioma a ambos lados del Río de la Plata.

Acabada la Guerra y con ella los muertos, los tiranos enanos y acomplejados y la propaganda pagada con fondos públicos; dio un doble giro a su carrera y empezó a grabar comerciales en inglés. Estuvo cerca de seis años viajando por el país haciendo anuncios para emisoras locales. Con la misma eficiencia que había mostrado para el castellano, en breve su voz empezó a recoger los acentos del Norte de Inglaterra, de Londres e incluso podía ser tan incompresible como un escocés. Me prometeió que nunca llegó a dominar más idioma que el español y que jamás le habían interesado las palabras sino la música que éstas interpretan al unirse. Me aseguró que un idioma es ante todo música y que la armonía que muestra define al pueblo que lo habla. Por eso, me confesó con cierta emoción, odiaba a los alemanes y a los eslavos, y sobre todas las cosas amaba Francia

jueves, 8 de agosto de 2013

Catapulta


Será por el viento del Este, que aquí sopla especialmente eléctrico o, como cuenta el Tio Ramón, porque a su padre lo engendró un soldado moro de Franco después de violar a la bisabuela Carmen durante cinco días; el caso es que en este país, donde se va imponiendo la vulgar costumbre venida del Norte de la consecución de fines útiles, y las cosas se hacen por deber o chulería, a nosotros nos gustan las comedias, los artificios que no sirven para nada y de los que todos hablan.

Una de ellas fue la idea de mi madre de instalar una catapulta de tensión en la terraza de la casa de su hermana. A mi tía Julia le desconcertó la idea. Le señaló a mi madre que el mecanismo de tensión hace años que se descartó por procesos más eficientes, y aunque se esforzó en convencerla para que abrazara el proceso de torsión, mi madre zanjó el debate despreciándolo como un invento de extranjeros impíos.

Para aliviar la tristeza que siempre sacude a los pueblos del interior, empezamos la construcción un domingo por la tarde. Aunque nunca nos ha preocupado lo que piensen los vecinos, era evidente que los pocos ojos que miraban entre las persianas, más por escapar del tedio que por interés en las armas clásicas, suponían que íbamos a levantar un piso más para agrandar la casa. El primero en sorprenderse fue Rodrigo "el Chasca" que vino a preguntar para qué instalábamos semejante estructura. Fue despachado con la lógica indiferencia con la que se debe tratar a los viejos.

Cinco de mis primas, guiadas por mi Tio Eustaquio, que estaba empeñado en que la presencia de la catapulta debía ser aderezada con estética romana, se reunieron en un rincón del jardín y comenzaron a ensayar los cánticos vestales. Mi prima Conchi, que es fea, sería la virgen a sacrificar.

De entre las persianas los vecinos pasaron a amontonarse en la calle, pero nosotros seguimos trabajando hasta la noche y dejamos terminada la plataforma y los ejes de las ruedas. El lunes una parte de la familia se fue a sus respectivas ocupaciones, ya que de algo hay que morir, y los demás continuamos trabajando guiados por mi padre, prejubilado de banca, que andaba al mismo tiempo consultando antiguos bocetos de Arquímedes. Su idea consistía en fabricar la cuchara con madera de fresno, por ser  resistente, flexible y no encontrarse en nuestras latitudes, y es que no sólo en los objetivos, también en los procedimientos hacíamos el gilipollas. Para complacerlo, mi hermano Matías se fue con la camioneta a talar el único ejemplar de la provincia al jardín botánico de la capital.

A la curiosidad del vecindario siguió la natural desconfianza de nuestras autoridades. El mismo lunes, justo después de comer y mientras descargábamos el fresno alóctono que había traído mi hermano, el alcalde se personó en el lugar acompañado por el secretario-interventor y la alguacil. Pretendía informarnos de que en el Plan de Ordenación Municipal, además redefinir como urbano un campo de almendros que aún poseía su suegro ya fallecido, se impedía la construcción de una tercera altura, fuera esta, y cito literal, "vivienda, cobertizo, cámara o catapulta" ( fin de la cita).

A la desolación con que fue recibida la noticia entre la familia y parte del vecindario, que empezaban a verse más protegidos de los inexistentes ataques exteriores, mi padre reacciono rápido y propuso aprovechar la plataforma para construir un patíbulo, erigiendo la horca sobre el tronco de fresno recién traído. La propuesta que en un principio solo cosechó murmullos, fue poco después entendida por todos como la mejor solución. Excepto por mi madre claro, que no le habla desde entonces.

martes, 23 de julio de 2013

Llegada a Catorce

Nada más bajar de la nave, y tras pasar el desagradable proceso de adaptación a la atmosfera y gravedad de Catorce,  la comitiva de recepción encabezada por un subsecretario me llevó a visitar lo que ellos querían que conociera sobre el espacio físico, económico y social de su región.

La primera impresión que me llevé de los centrones, que son la especie que domina esta zona de Catorce, es que son gente extremadamente reservada. Los tres guías que me acompañaban se limitaban a describir de manera mecánica los paisajes por los que pasábamos: ninguna anécdota, ninguna evocación de recuerdos de infancia al atravesar lugares tan cotidianos para ellos. Pero esa careta germánica se evaporaba cuando me quedaba a solas con alguno de ellos. En ese momento, y sin que mediara una excusa convincente, me convertía en psicoanalista interplanetario.

En las dos semanas siguientes que pasé en compañía de centrones, pude matizar mi impresión inicial y descubrir que eran seres cultos, que amaban a los niños, los amaneceres en la playa y colgar banderitas en la calle los días de fiesta.

Pero mi misión allí no era hacer un retrato etnográfico. Mis superiores en la Tierra querían que recabara información sobre su organización política y sus instituciones y sobre los procesos de selección de sus líderes. En cuanto a la organización formal del Estado, encontré pocos aspectos originales en las líneas maestras del sistema: democracia representativa y sufragio universal. Fue en elementos más pequeños, casi folklóricos, donde me llevé alguna sorpresa, como en la costumbre de ir desnudos en las sesiones del parlamento, o que, como símbolo de fertilidad y abundancia, una vaca fuera el primer ser en acceder a la Cámara de Representantes al inicio de cada legislatura.

Me causó más inquietud la actitud que demostraban antes su dirigentes. Ante cualquier pregunta que formulaba sobre sus líderes me respondían con la más brutal de las indiferencias. Hablaban del jefe del gobierno como del pescadero de la esquina. En ninguno de mis interlocutores encontré el odio o el mesianismo con que los terrestres nos acercamos a nuestros políticos.

Encontrar la  respuesta a esta misteriosa indiferencia fue lo que me llevó a aceptar la invitación a cenar del prefecto de la Región Oriental. A esta cena acudirían varios de sus consejeros, además de diversos intelectuales y periodistas locales. Durante los aperitivos me esforcé por acercarme a algún director de periódico, confiado en que me descubriría alguna corruptela de uno de sus políticos. En este punto debo aclarar que los rotativos en Catorce no se clasifican según su ubicación ideológica, categoría ésta que no es desconocida para los centrones, sino según la fidelidad a uno u otro gremio. Así, el periódico más leído en la Región Oriental, de los tres con que cuenta, es el Heraldo del Este, fundado hace más de trescientos años por los alfareros locales.

De esta forma, y gracias a mi intérprete, puede conversar durante unos minutos con el director del periódico de los Torneros. Pese a que le formulé mis intenciones de manera bastante indirecta, no quería ser descortés, entendió inmediatamente lo que quería saber y, con la misma indiferencia que había escuchado hasta ahora, me desveló la red de comisiones que el prefecto había heredado, y mejorado, de su antecesor. Me comentó que todo el mundo conocía aquello pero que en ni en sus leyes ni en sus diccionarios aparecía la palabra corrupción.

Extrañado por mi asombro me preguntó si el proceder del prefecto no era la norma en La Tierra. No pude menos que decirle que sí, que había conocido cientos de casos como el que me había descrito, pero que las leyes los perseguían y la gente los censuraba.


Qué extraños son ustedes, me dijo.

lunes, 8 de julio de 2013

Vecinos

La enemistad venía de lejos, tanto que del abuelo Jordi escuché no menos de tres versiones, a veces en el mismo día. Mi padre era más ponderado y de sus labios no salía otra historia que la de la vaca de los Monturiol. Parece ser que el animal se comió una parra que se elevaba junto al viejo pino de la entrada. No sé, pero creo que por tonterías como esa siempre odié a mi padre.

Nuca tuve valor para preguntarle a mi madre, era demasiado primaria para explicar por qué había que odiar a los vecios. Niño esa gente es mala.

Creo que la clave me la dio la abuela Montserrat cuando me dijo que nosotros guardábamos mejor las tristezas.

Me dio por pensar que los frascos del sótano no estaban llenos de melocotones o peras en almíbar, sino de muertes de niños prematuros o de cosechas devastadas por el granizo hervidos al baño maría para sacarles el aire. Me imaginé a la bisabuela Julia colocando en una orza el incendio de la casa embadurnado en pringue.


Y mientras, ellos, la mala gente, esos incapaces que teníamos por vecinos, dejaban los desastres pulular libremente por su finca. Les importaba un rábano tanto que se acercaran a la fresquera y arrasaran con los víveres del mes, o a la puerta de la valla, siempre abierta, y se escaparan para no volver.

miércoles, 29 de mayo de 2013

Nueve meses

La primera lágrima salió en la sala de espera, fue entonces cuando pidió que lo dejaran solo. Quería pensarse con la niña: el primer beso, la primera palabra, el primer papá. Se sentó en uno de esos terribles sillones  de los hospitales y soñó despierto con el primer día de colegio, con las primeras notas, con su primera decepción. Sobrevoló  las noches de cena,  bañera y cuento y las mañanas de leche, mochila y prisa. Pasó a la primera bici, la primera muñeca, la primera discusión.
Y así siguió bailando con ella hasta que una bofetada lo levantó: ¿Quién sería su primer amor?

sábado, 25 de mayo de 2013

Las mujeres libro de Tropojë. Primera parte

Cuarenta años con una cámara al hombro filmando el mundo- comenzó la entrevista Peter Lindon, unos de los periodistas estrella de la BBC

Cuarenta y uno. Empecé el dos de febrero de 1972- Matizó Alistar

Si, así es. Bueno, pues cuarenta y un años. Y es la primera vez, ahora que te jubilas, que es sobre ti sobre quien se fija la cámara. No sé si estarás nervioso, pero créeme que yo si lo estoy. Y es que recabando información para preparar la entrevista me he dado cuenta de que has estado en todas partes, y además, en el momento en el que había que estar. Al año de empezar tu carrera, en septiembre del Setenta y tres en Chile, en octubre de ese año cubriste desde Siria la Guerra del Yom Kipur. En El Ochenta en Irán, en El Ochenta y Nueve en Berlín, etcétera, etcétera, etcétera. Absolutamente impresionante

Sabes Peter, aunque una vida como esta pueda parecer azarosa, propia de un aventurero intrépido, yo siempre me he sentido un servidor público. Puede que cuando estás en las selvas de Guatemala filmando a La Guerrilla no tenga mucho sentido aquello de fichar de ocho a tres, o rellenar el formulario A-23;  pero mi obsesión, y la de los equipos con los que he trabajado, siempre fue llevar al público inglés lo que pasaba en el resto del mundo con independencia y objetividad.

Deben saber ustedes- dijo Peter Lindon dirigiéndose a la cámara- que este hombre lleva diciendo lo mismo desde que lo conozco.

Alistar, te tengo que pedir disculpas por lo poco original de la siguiente pregunta, pero de todas las historias que has filmado ¿Con cuál te quedas?

No tienes que disculparte-dijo Ricci- sobre todo porque yo voy a empezar mi respuesta con aquello de “me alegro de que me lo pregunte”.

Te cuento: fue en enero de 1981. Viajamos al Norte de Albania para grabar un reportaje sobre ”Las mujeres libro”. Louis Macklemore, que entonces producía un programa de la BBC-2 llamado Acentos Europeos, había escuchado a un profesor de antropología  de la Universidad de Londres hablar sobre estas mujeres de las montañas del Noreste Albanés.

Parece ser que a finales del XVIII, con el surgimiento de la conciencia nacional albanesa, un grupo de intelectuales que habían trabajado de altos funcionarios en Estambul, se conjugaron para reconstruir los símbolos nacionales. La unificación de la lengua y la creación de sus reglas fue sin duda la tarea más ardua y reconocida históricamente. En un segundo plano estaban la bandera, los límites territoriales, la diáspora albanesa, sobre todo en otros territorios del Imperio Otomano y el tratamiento de los mitos y leyendas. Esto último fue lo que nos llevó hasta allí.

Al parecer, esto padres fundadores estaban muy preocupados porque apenas había textos sobre las hazañas de los héroes medievales albaneses. Los bardos y poetas transmitían y contaminaban, de generación en generación, unas historias plagadas de anacronismos. Así, era posible escuchar como en una batalla en pleno siglo XII se usaban cañones o se hablaba de los turcos.

Pero comenzar a escribir aquellos relatos fundacionales tampoco serviría de mucho en un país donde casi nadie sabía leer, y los pocos que lo hacían solo conocían la lengua del conquistador otomano.

Esat Pasha, que era el único originario del Norte en aquel grupo de intelectuales, tuvo la idea de reconstruir los relatos en la mente de una mujer. Creía que el cerebro femenino era menos dado a la hipérbole y a la exageración. Además, su sumisión sería una garantía de que se entregarían a la difícil empresa  que se les proponía.

Nos llevó cerca de un mes preparar el viaje. El paranoico régimen de Hoxha había convertido a Albania en el país más cerrado del mundo. Para que te hagas una idea, apenas se concedían cien permisos de entrada al país cada año, y la única forma de llegar a Tirana era vía Pekín. Una autentica locura.

Pero si difícil fue acceder a la capital, llegar a Bajram Curri, la capital del distrito de Tropojë, fue una autentica odisea. Por supuesto, no teníamos ningún contacto allí, contábamos con un intérprete asignado por el gobierno, y dos policías, uno que vigilaba al traductor y el otro que vigilaba al primer policía.