jueves, 22 de agosto de 2013

Luis Fernando Lizarza

Conocí a Luis Fernando Lizarza en el tren preTGV y pre casi cualquier cosa que unía París y El Mediterráneo el 17 de enero de 1977. De aquel día recuerdo que gobernaba Giscard, hacía un frío de cojones y que anduve tres horas bajo la nieve la distancia entre mi apartamento y La Gare du Lyon: tenía que decidir entre el metro y un café con leche y salió cara.

Todavía no tengo del todo claro por qué me empeñé en viajar a Marsella con los últimos francos que me quedaban, pero llevaba cerca de un año en París siguiendo los pasos de Cortázar, y mi único logro como escritor había sido publicar uno de mis peores cuentos en una antología dedicada a autores jóvenes sudamericanos que hizo la Editorial Pont Neuf. Supongo que fue la desesperación la que pagó los 100 francos del billete y me puso en aquel tren.

Recuerdo que fue Luis Fernando el que se dirigió a mí en un perfecto uruguayo, como perfectos eran su letón, su extremeño o su raya en los pantalones. Me había oído maldecir mi mala suerte en voz alta durante la primera hora de viaje, así que más por pena que simpatía se presentó en mi idioma, me dijo que me callara de una puñetera vez y empezó a contarme la historia la de su vida.

Como si de un mal escritor se tratara empezó por el principio. Sostenía Lizarza que el estallido de la Segunda Guerra Mundial le había pillado en un viaje por el Norte de Inglaterra, aunque sobre qué hacía allí o de dónde venía me dijo que no hablaría, que no eran relevantes para la historia. Lo que si me contó fue que en menos de un mes estaba trabajando para la pequeña sección de español de la  BBC. Grababa cuñas sobre la situación de la guerra que serían radiadas en emisoras de toda Sudamérica. En apenas un mes, era capaz de dominar todos los acentos del continente observando los matices propios de cada país. Podía, según me dijo, disertar sobre los 34 tonos del castellano que se usaban en Honduras, o sobre las diferencias de nuestro idioma a ambos lados del Río de la Plata.

Acabada la Guerra y con ella los muertos, los tiranos enanos y acomplejados y la propaganda pagada con fondos públicos; dio un doble giro a su carrera y empezó a grabar comerciales en inglés. Estuvo cerca de seis años viajando por el país haciendo anuncios para emisoras locales. Con la misma eficiencia que había mostrado para el castellano, en breve su voz empezó a recoger los acentos del Norte de Inglaterra, de Londres e incluso podía ser tan incompresible como un escocés. Me prometeió que nunca llegó a dominar más idioma que el español y que jamás le habían interesado las palabras sino la música que éstas interpretan al unirse. Me aseguró que un idioma es ante todo música y que la armonía que muestra define al pueblo que lo habla. Por eso, me confesó con cierta emoción, odiaba a los alemanes y a los eslavos, y sobre todas las cosas amaba Francia

jueves, 8 de agosto de 2013

Catapulta


Será por el viento del Este, que aquí sopla especialmente eléctrico o, como cuenta el Tio Ramón, porque a su padre lo engendró un soldado moro de Franco después de violar a la bisabuela Carmen durante cinco días; el caso es que en este país, donde se va imponiendo la vulgar costumbre venida del Norte de la consecución de fines útiles, y las cosas se hacen por deber o chulería, a nosotros nos gustan las comedias, los artificios que no sirven para nada y de los que todos hablan.

Una de ellas fue la idea de mi madre de instalar una catapulta de tensión en la terraza de la casa de su hermana. A mi tía Julia le desconcertó la idea. Le señaló a mi madre que el mecanismo de tensión hace años que se descartó por procesos más eficientes, y aunque se esforzó en convencerla para que abrazara el proceso de torsión, mi madre zanjó el debate despreciándolo como un invento de extranjeros impíos.

Para aliviar la tristeza que siempre sacude a los pueblos del interior, empezamos la construcción un domingo por la tarde. Aunque nunca nos ha preocupado lo que piensen los vecinos, era evidente que los pocos ojos que miraban entre las persianas, más por escapar del tedio que por interés en las armas clásicas, suponían que íbamos a levantar un piso más para agrandar la casa. El primero en sorprenderse fue Rodrigo "el Chasca" que vino a preguntar para qué instalábamos semejante estructura. Fue despachado con la lógica indiferencia con la que se debe tratar a los viejos.

Cinco de mis primas, guiadas por mi Tio Eustaquio, que estaba empeñado en que la presencia de la catapulta debía ser aderezada con estética romana, se reunieron en un rincón del jardín y comenzaron a ensayar los cánticos vestales. Mi prima Conchi, que es fea, sería la virgen a sacrificar.

De entre las persianas los vecinos pasaron a amontonarse en la calle, pero nosotros seguimos trabajando hasta la noche y dejamos terminada la plataforma y los ejes de las ruedas. El lunes una parte de la familia se fue a sus respectivas ocupaciones, ya que de algo hay que morir, y los demás continuamos trabajando guiados por mi padre, prejubilado de banca, que andaba al mismo tiempo consultando antiguos bocetos de Arquímedes. Su idea consistía en fabricar la cuchara con madera de fresno, por ser  resistente, flexible y no encontrarse en nuestras latitudes, y es que no sólo en los objetivos, también en los procedimientos hacíamos el gilipollas. Para complacerlo, mi hermano Matías se fue con la camioneta a talar el único ejemplar de la provincia al jardín botánico de la capital.

A la curiosidad del vecindario siguió la natural desconfianza de nuestras autoridades. El mismo lunes, justo después de comer y mientras descargábamos el fresno alóctono que había traído mi hermano, el alcalde se personó en el lugar acompañado por el secretario-interventor y la alguacil. Pretendía informarnos de que en el Plan de Ordenación Municipal, además redefinir como urbano un campo de almendros que aún poseía su suegro ya fallecido, se impedía la construcción de una tercera altura, fuera esta, y cito literal, "vivienda, cobertizo, cámara o catapulta" ( fin de la cita).

A la desolación con que fue recibida la noticia entre la familia y parte del vecindario, que empezaban a verse más protegidos de los inexistentes ataques exteriores, mi padre reacciono rápido y propuso aprovechar la plataforma para construir un patíbulo, erigiendo la horca sobre el tronco de fresno recién traído. La propuesta que en un principio solo cosechó murmullos, fue poco después entendida por todos como la mejor solución. Excepto por mi madre claro, que no le habla desde entonces.

martes, 23 de julio de 2013

Llegada a Catorce

Nada más bajar de la nave, y tras pasar el desagradable proceso de adaptación a la atmosfera y gravedad de Catorce,  la comitiva de recepción encabezada por un subsecretario me llevó a visitar lo que ellos querían que conociera sobre el espacio físico, económico y social de su región.

La primera impresión que me llevé de los centrones, que son la especie que domina esta zona de Catorce, es que son gente extremadamente reservada. Los tres guías que me acompañaban se limitaban a describir de manera mecánica los paisajes por los que pasábamos: ninguna anécdota, ninguna evocación de recuerdos de infancia al atravesar lugares tan cotidianos para ellos. Pero esa careta germánica se evaporaba cuando me quedaba a solas con alguno de ellos. En ese momento, y sin que mediara una excusa convincente, me convertía en psicoanalista interplanetario.

En las dos semanas siguientes que pasé en compañía de centrones, pude matizar mi impresión inicial y descubrir que eran seres cultos, que amaban a los niños, los amaneceres en la playa y colgar banderitas en la calle los días de fiesta.

Pero mi misión allí no era hacer un retrato etnográfico. Mis superiores en la Tierra querían que recabara información sobre su organización política y sus instituciones y sobre los procesos de selección de sus líderes. En cuanto a la organización formal del Estado, encontré pocos aspectos originales en las líneas maestras del sistema: democracia representativa y sufragio universal. Fue en elementos más pequeños, casi folklóricos, donde me llevé alguna sorpresa, como en la costumbre de ir desnudos en las sesiones del parlamento, o que, como símbolo de fertilidad y abundancia, una vaca fuera el primer ser en acceder a la Cámara de Representantes al inicio de cada legislatura.

Me causó más inquietud la actitud que demostraban antes su dirigentes. Ante cualquier pregunta que formulaba sobre sus líderes me respondían con la más brutal de las indiferencias. Hablaban del jefe del gobierno como del pescadero de la esquina. En ninguno de mis interlocutores encontré el odio o el mesianismo con que los terrestres nos acercamos a nuestros políticos.

Encontrar la  respuesta a esta misteriosa indiferencia fue lo que me llevó a aceptar la invitación a cenar del prefecto de la Región Oriental. A esta cena acudirían varios de sus consejeros, además de diversos intelectuales y periodistas locales. Durante los aperitivos me esforcé por acercarme a algún director de periódico, confiado en que me descubriría alguna corruptela de uno de sus políticos. En este punto debo aclarar que los rotativos en Catorce no se clasifican según su ubicación ideológica, categoría ésta que no es desconocida para los centrones, sino según la fidelidad a uno u otro gremio. Así, el periódico más leído en la Región Oriental, de los tres con que cuenta, es el Heraldo del Este, fundado hace más de trescientos años por los alfareros locales.

De esta forma, y gracias a mi intérprete, puede conversar durante unos minutos con el director del periódico de los Torneros. Pese a que le formulé mis intenciones de manera bastante indirecta, no quería ser descortés, entendió inmediatamente lo que quería saber y, con la misma indiferencia que había escuchado hasta ahora, me desveló la red de comisiones que el prefecto había heredado, y mejorado, de su antecesor. Me comentó que todo el mundo conocía aquello pero que en ni en sus leyes ni en sus diccionarios aparecía la palabra corrupción.

Extrañado por mi asombro me preguntó si el proceder del prefecto no era la norma en La Tierra. No pude menos que decirle que sí, que había conocido cientos de casos como el que me había descrito, pero que las leyes los perseguían y la gente los censuraba.


Qué extraños son ustedes, me dijo.

lunes, 8 de julio de 2013

Vecinos

La enemistad venía de lejos, tanto que del abuelo Jordi escuché no menos de tres versiones, a veces en el mismo día. Mi padre era más ponderado y de sus labios no salía otra historia que la de la vaca de los Monturiol. Parece ser que el animal se comió una parra que se elevaba junto al viejo pino de la entrada. No sé, pero creo que por tonterías como esa siempre odié a mi padre.

Nuca tuve valor para preguntarle a mi madre, era demasiado primaria para explicar por qué había que odiar a los vecios. Niño esa gente es mala.

Creo que la clave me la dio la abuela Montserrat cuando me dijo que nosotros guardábamos mejor las tristezas.

Me dio por pensar que los frascos del sótano no estaban llenos de melocotones o peras en almíbar, sino de muertes de niños prematuros o de cosechas devastadas por el granizo hervidos al baño maría para sacarles el aire. Me imaginé a la bisabuela Julia colocando en una orza el incendio de la casa embadurnado en pringue.


Y mientras, ellos, la mala gente, esos incapaces que teníamos por vecinos, dejaban los desastres pulular libremente por su finca. Les importaba un rábano tanto que se acercaran a la fresquera y arrasaran con los víveres del mes, o a la puerta de la valla, siempre abierta, y se escaparan para no volver.

miércoles, 29 de mayo de 2013

Nueve meses

La primera lágrima salió en la sala de espera, fue entonces cuando pidió que lo dejaran solo. Quería pensarse con la niña: el primer beso, la primera palabra, el primer papá. Se sentó en uno de esos terribles sillones  de los hospitales y soñó despierto con el primer día de colegio, con las primeras notas, con su primera decepción. Sobrevoló  las noches de cena,  bañera y cuento y las mañanas de leche, mochila y prisa. Pasó a la primera bici, la primera muñeca, la primera discusión.
Y así siguió bailando con ella hasta que una bofetada lo levantó: ¿Quién sería su primer amor?

sábado, 25 de mayo de 2013

Las mujeres libro de Tropojë. Primera parte

Cuarenta años con una cámara al hombro filmando el mundo- comenzó la entrevista Peter Lindon, unos de los periodistas estrella de la BBC

Cuarenta y uno. Empecé el dos de febrero de 1972- Matizó Alistar

Si, así es. Bueno, pues cuarenta y un años. Y es la primera vez, ahora que te jubilas, que es sobre ti sobre quien se fija la cámara. No sé si estarás nervioso, pero créeme que yo si lo estoy. Y es que recabando información para preparar la entrevista me he dado cuenta de que has estado en todas partes, y además, en el momento en el que había que estar. Al año de empezar tu carrera, en septiembre del Setenta y tres en Chile, en octubre de ese año cubriste desde Siria la Guerra del Yom Kipur. En El Ochenta en Irán, en El Ochenta y Nueve en Berlín, etcétera, etcétera, etcétera. Absolutamente impresionante

Sabes Peter, aunque una vida como esta pueda parecer azarosa, propia de un aventurero intrépido, yo siempre me he sentido un servidor público. Puede que cuando estás en las selvas de Guatemala filmando a La Guerrilla no tenga mucho sentido aquello de fichar de ocho a tres, o rellenar el formulario A-23;  pero mi obsesión, y la de los equipos con los que he trabajado, siempre fue llevar al público inglés lo que pasaba en el resto del mundo con independencia y objetividad.

Deben saber ustedes- dijo Peter Lindon dirigiéndose a la cámara- que este hombre lleva diciendo lo mismo desde que lo conozco.

Alistar, te tengo que pedir disculpas por lo poco original de la siguiente pregunta, pero de todas las historias que has filmado ¿Con cuál te quedas?

No tienes que disculparte-dijo Ricci- sobre todo porque yo voy a empezar mi respuesta con aquello de “me alegro de que me lo pregunte”.

Te cuento: fue en enero de 1981. Viajamos al Norte de Albania para grabar un reportaje sobre ”Las mujeres libro”. Louis Macklemore, que entonces producía un programa de la BBC-2 llamado Acentos Europeos, había escuchado a un profesor de antropología  de la Universidad de Londres hablar sobre estas mujeres de las montañas del Noreste Albanés.

Parece ser que a finales del XVIII, con el surgimiento de la conciencia nacional albanesa, un grupo de intelectuales que habían trabajado de altos funcionarios en Estambul, se conjugaron para reconstruir los símbolos nacionales. La unificación de la lengua y la creación de sus reglas fue sin duda la tarea más ardua y reconocida históricamente. En un segundo plano estaban la bandera, los límites territoriales, la diáspora albanesa, sobre todo en otros territorios del Imperio Otomano y el tratamiento de los mitos y leyendas. Esto último fue lo que nos llevó hasta allí.

Al parecer, esto padres fundadores estaban muy preocupados porque apenas había textos sobre las hazañas de los héroes medievales albaneses. Los bardos y poetas transmitían y contaminaban, de generación en generación, unas historias plagadas de anacronismos. Así, era posible escuchar como en una batalla en pleno siglo XII se usaban cañones o se hablaba de los turcos.

Pero comenzar a escribir aquellos relatos fundacionales tampoco serviría de mucho en un país donde casi nadie sabía leer, y los pocos que lo hacían solo conocían la lengua del conquistador otomano.

Esat Pasha, que era el único originario del Norte en aquel grupo de intelectuales, tuvo la idea de reconstruir los relatos en la mente de una mujer. Creía que el cerebro femenino era menos dado a la hipérbole y a la exageración. Además, su sumisión sería una garantía de que se entregarían a la difícil empresa  que se les proponía.

Nos llevó cerca de un mes preparar el viaje. El paranoico régimen de Hoxha había convertido a Albania en el país más cerrado del mundo. Para que te hagas una idea, apenas se concedían cien permisos de entrada al país cada año, y la única forma de llegar a Tirana era vía Pekín. Una autentica locura.

Pero si difícil fue acceder a la capital, llegar a Bajram Curri, la capital del distrito de Tropojë, fue una autentica odisea. Por supuesto, no teníamos ningún contacto allí, contábamos con un intérprete asignado por el gobierno, y dos policías, uno que vigilaba al traductor y el otro que vigilaba al primer policía.

sábado, 18 de mayo de 2013

Primer informe sobre Catorce


Según los informes que he leído, el planeta Catorce está dominado por tres especies: Los Centrones, los Mula y los Alóctonos. Los dos primeros habitan la zona tropical del Hemisferio Septentrional del Planeta.  

Aproximadamente dos de cada tres hijos de de un centrón es un mula, especie ésta que a su vez  no puede engendrar descendencia. Esta relación numérico-reproductiva condiciona la convivencia de las dos especies.

Los Mula son profundamente ateos, promiscuos y soberbios, seguramente por su condición de eslabón final. Suelen burlarse de la religiosidad de los centrones celebrando bacanales nocturnas en sus lugares de culto.

No deja de sorprenderme lo comprensible de este comportamiento.

domingo, 28 de abril de 2013

Testamento


A las seis de la mañana de un indiferente día de enero, sobre el barro helado de una trinchera excavada en una colina entre Bélgica y Francia, y bajo el incesante fuego de mortero de las tropas del Káiser, empezó a escribir Pierre su testamento.

Su navaja sería para el Cabo Latuche, que después de habérsela robado cuatro veces la merecía más que nadie. Su taza de hojalata y sus botas se las dejaría a Paul Lagrange, el único en el batallón que nunca lo humilló, seguramente porque sabía que Pierre lo amaba.

Por último, su bien más preciado, su precioso cuerpo de veinte años apenas gastado, sería para el soldado alemán que lo matara. Al fin y al cabo, justo era que el cazador se quedara su pieza.

jueves, 25 de abril de 2013

Pedrito


Viste mamá, lo viste. Cómo robé la pelota en el centro del campo. Cómo driblé a los contrarios. Cómo llegué hasta el área, regateé al portero y a meta vacía marqué por la escuadra.

Te diste cuenta mamá cómo me abrazaron todos, cómo gritaba el público mi nombre. Acaso observaste que el entrenador lloraba mientras me abrazaba. Que el equipo contrario me felicitó al final del partido. Que los ojeadores de los grades clubes escribían mis datos en sus cuadernos de anillas.

¿Lo viste mamá, lo viste?

No seas tonto Pedrito, ya sabes que no soy tu madre y que no me importa lo que te pase.

lunes, 22 de abril de 2013

Una madre


La madre siguió al niño hasta la puerta del cementerio. Se mantuvo a distancia, silenciosa. 

No podía asustarlo de nuevo si quería que volviese a su nicho.

sábado, 13 de abril de 2013

La poesía de los números primos


En Tihany, una pequeña localidad  a orillas del Lago Balaton, se encontraron, hace ahora tres meses, unas cajas de madera con el emblema de la antigua Biblioteca Nacional Húngara del Régimen de Horthy.

Al parecer, formaban parte de una exposición que El Museo de Bellas Artes de Budapest organizó  en 1944, con los tanques soviéticos a las puertas de la capital, sobre la unificación y formalización del Idioma Húngaro en el siglo XIX. El caos que generaron los continuos bombardeos hizo que la mayor parte del inventario del museo se perdiera o quedara destrozado.

Entre las obras encontradas en las cajas se encontraban dos diccionarios bilingües, uno húngaro-ruteno y otro húngaro-croata. La crónica que el historiador Stephan Ólah hizo de la primera embajada Húngara en Suecia establecida a finales del XVI  y, además de infinidad de obras menores,  una extraña publicación titulada “Una demostración estética de la conjetura que afirma que todo número primo es suma de dos pares”.

Al parecer este artículo había sido obra de un filólogo aficionado a la matemáticas llamado Ferenc  Harsányi. La Historia de la Matemáticas de Carl Boyer alude sucintamente al intercambio de correspondencia entre este personaje y Gauss. Es igualmente en este libro donde se cita por primera vez esta exótica demostración de la Conjetura de Goldbach.

En todo caso, la turbulenta historia de Centroeuropa en los dos últimos siglos y la poca entidad del autor, que hizo que ningún matemático lo hubiese siquiera leído, hicieron que este documento viviese el sueño de los justos durante cerca de doscientos años.

Afortunadamente, en el último número de la Revista de la Academia Húngara de Ciencias, publicado hace apenas dos semanas, un par de matemáticos de la Universidad de Pécs le dedican una extensa monografía en la que se desentrañaba el universo de Harsányi.

El autor se aparta totalmente del esquema axioma-teorema-demostración-corolario que inaugurara Pitágoras hace más de dos mil quinientos años. Por el contrario, es la belleza y la armonía las que mueven sus argumentaciones. Así, las catorce hojas de las que consta esta obra son una colección de diecisiete argumentos, únicamente estéticos, que muestran la necesidad de que todo par se represente como la suma de dos números primos. De todos ellos, el que más ha llamado la atención a los investigadores es el último, que simplemente reproduzco a continuación:

El número primo representa lo básico, lo primario. Su naturaleza es tosca y esencial, lo que le hace presentarse ante nosotros como misterioso y, por tanto, atractivo. Por el contrario el número par es pura perfección, es una entidad totalmente cerrada nacida de de la dualidad, de la pareja. Posee una belleza aparente, parecida a la de la sonrisa de una joven, seductora sí,  pero simple y esencialmente idiota.

Por eso la domesticación de ese animal salvaje que es el número primo solo puede darse a través de la dualidad, de su unión con otro de su especie. Los  números primos son el vector que convierte al Dos de concepto en objeto y es por eso también por lo que el Dos tiene, una vez convertido en número, la doble propiedad de ser primo y par”.

sábado, 6 de abril de 2013

Bananas

Juez: Si no se callan me veré obligado a desalojar la sala. No permitiré que este juzgado se convierta en un vulgar gallinero. Prosiga Sr. Hoover.

Fiscal:  Gracias señoría. Los hechos han quedado suficientemente probados. El acusado, el Sr. Francisco Tomás, fue identificado por al menos tres cuidadores del Zoo de San Luis, antes y después de abandonar la jaula de los gorilas. Las cámaras de seguridad que vigilan a los animales grabaron como el perro que lo acompañaba intimidaba a uno de los simios mientras el acusado robaba una piña de bananas de más de 15 kilos.
Señores del jurado, es obvio que estamos ante un flagrante delito de hurto de una propiedad pública. El estado de Missouri, al que tengo el honor de representar, no puede permitir que gente como esta,  auténtica chusma extranjera,  abuse de esa forma del dinero del contribuyente.

Abogado: Protesto señoría. Insultos como el que el fiscal ha lanzado a mi cliente son impropios de la dignidad de este tribunal.

Juez: Se admite. El jurado no habrá escuchado la palabra chusma. ¿El Ministerio Fiscal  quiere añadir algo más?

Fiscal: No señoría. He terminado

Juez: Tiene la palabra el Señor Harper

Abogado: Gracias señoría. El fiscal olvida de nuevo que ese mismo día mi representado se encontraba participando en una acción de protesta  en el campo de golf William J. Devine, situado a las afueras de Boston. Que el sheriff del condado abrió diligencias al respecto. Que fue igualmente grabado por las cámaras de este establecimiento, y que fue identificado por el personal del campo que reprimió la acción de mi cliente,  que recordemos, consistió en tapar  los hoyos del campo con una pasta hecha a base de plumas de ñandú, como así consta en el atestado de los agentes locales.

Fiscal: Protesto señoría. Lo que hoy juzgamos es si el acusado estaba a las veinte horas del día 6 de abril en el interior de la jaula del mejor gorila semental del estado de Missouri, y no si  estaba en Boston, haciendo no sé qué mamarrachada. Como tampoco debería tener el más mínimo interés para este tribunal si en esa misma fecha, a esa misma hora el acusado estaba a miles de kilómetros de aquí, en una ciudad del Sureste de España , escribiendo este cuento que no concluyó  porque su cobardía le impidió afrontar un veredicto de culpabilidad más que seguro 

jueves, 4 de abril de 2013

Leandro Requena, primera parte


El verano se comporta con las noticas como un vulgar playboy con su última conquista: la eleva hasta el éxtasis para luego, sin transición,  arrojarla desde un coche en marcha en una carretera secundaria

Algo de eso pasó con el caso de Leandro Requena, vecino de Talayuela, durante la semana del 20 al 26 de agosto del año pasado, cuando la totalidad de medios del país se volcaron en cubrir los sucesos acaecidos en este pueblo de Cáceres. Así por ejemplo El País titulaba el día 20 "Una multitud exaltada lincha a un vecino en Talayuela". Por su parte El Diario de Extremadura le imprimía al titular un aire algo más imaginativo "Fuenteovejuna en Cáceres". Los siguientes días la noticia cambió el impacto de la Primera Plana por la exhaustividad de la sección de sucesos.

Pero fue sin duda el artículo de José María Irujo en el suplemento Domingo de El País donde se pudo encontrar la mejor crónica de los hechos. El relato arrancaba con una desoladora estampa de las calles vacías del pueblo arrasado por el calor del mediodía. Casi sin transición pasaba a narrar cómo se gestó la estafa. Retrataba a Leandro como un ser extraño, huidizo pero con un carisma casi hipnótico, cualidad ésta que fue fundamental para poder mantener engañado al pueblo durante tanto tiempo. Finalizaba el periodista explicando cómo la desesperación de una zona donde el paro ronda el 35% ayudó a quitar la venda a unos vecinos que habían preferido creer.

En todo caso fue bastante difícil encontrar algo original sobre el personaje. Y es que fueron muy pocos los que en el pueblo se atrevieron a hablar: el alcalde, algún maestro y un tal Paco el Alto, un tipo bastante misterioso que se declaraba amigo de la infancia de Leandro pero con una nula credibilidad, demostrada en las entrevistas que le hicieron todas las televisiones estatales y, sobre todo, en su histriónica intervención en el programa de Telecinco La Noria.

En todo caso me quedo con la biografía que Fernando Lejárraga publicó el 2 de septiembre en el Diario de Extremadura

El periodista nos cuenta que Leandro nació en enero de 1957 (no hay información del día) en Brañosera, en la Montaña Palentina. Su padre fue un pastor trashumante que decidió llevarse a la familia a Extremadura y cambiar las ovejas por el cultivo del tabaco. Eran tiempos en los que el Régimen fomentaba la colonización de la zona Nororiental de la provincia de Cáceres para desarrollar los regadíos de la rivera Norte del Tajo.                       

De la familia poco más se sabe, aparte de que la madre tuvo 10 embarazos de los que sólo sobrevivieron 2 hijos, Leandro y una hermana menor que emigró a Zurich en los años setenta.

Se le pierde la pista hasta 1975 en que hace el servicio militar en cuartel de Rabasa, en Alicante. Un compañero de mili lo recuerda como un tipo huraño, poco dado a fiestas y al que no le importaba hacer todas las guardias que fuera a cambio de unas pocas pesetas.

Se casa mayor, a los 33 años, con Juana Mayoral, 15 años más joven que él y que según el maestro del colegio de La Barquilla, una pequeña pedanía de Talayuela a orillas del Tiétar, apenas estuvo un año escolarizada.

miércoles, 3 de abril de 2013

El preso


“El verano en el cuerno de África no es una estación, es una constante”, le dijo a Pierre Lafargue, cabo de la Legión Extranjera Francesa, su tío François, ex miembro también de este cuerpo y antiguo combatiente de La Gran Guerra.

Pierre llegó con el reemplazo semestral del primero de enero de 1939 y llevaba casi ocho meses en La Somalia Francesa, o lo que en el lenguaje políticamente correcto de los ambientes gubernamentales parisinos se llamaba “El Territorio de los Afars y los Issas”.

Pese al calor, la arena y la ausencia de mujeres blancas, la misión era bastante sencilla. Estaba destinado en una fortaleza a unos 20 kilómetros al Norte de Djibuti, en los sótanos de la cual estaba recluido un prisionero del que nada se sabía. Casi 100 hombres al mando de un coronel se pasaban el día hablando de sus novias y especulando sobre la identidad del personaje. Sólo se sabía que llevaba allí desde 1918 y que las bandejas de comida las devolvía prácticamente intactas.

El tedio de las tardes de agosto, aderezado con el vino dulce con el que la tropa solía acompañar las partidas de cartas de la sobremesa, hicieron que Pierre, que esa semana estaba a cago de servir la comida al misterioso reo, llevara su curiosidad hasta el otro lado de la oxidada puerta. Allí encontró a una chica de no más de veinte años, vestida con un impecable traje de noche. Inmovilizado por su belleza no hizo nada mientras ella se dirigía hacia la puerta. Al llegar a su altura le susurró algo sobre su alma que no llegó a entender. Segundos después la mujer había desaparecido sin dejar rastro.

Al día siguiente recibieron la orden de movilización general, al parecer Hitler había cumplido su amenaza y había invadido Polonia. La Guerra era ya inevitable.

domingo, 24 de marzo de 2013

La Atlántida


A la altura del número 23 de la calle Barco, cerca del cruce con la calle Puebla y junto a la tienda de accesorios de lámparas Césedes, suele apostarse todos los días, de tres a seis menos cuarto de la tarde, Gabriel Español Urrutia.

Su obsesivo estudio durante más de 15 años de los 16 libros de La Geografía de Estrabon, traducidos por José Vela Tejada y editados por Gredos en cinco volúmenes, le había llevado a concluir que justo en ese punto del Centro de Madrid una vez estuvo la Atlántida.

Todas las cenas se repetían las mismas acaloradas discusiones con su octogenaria madre. Ésta le censuraba, no tanto su teoría sobre el continente perdido, como la costumbre de sentarse cada día en medio de una calle de Madrid, y pertrechado de un casco, un sismógrafo, tres focos reflectantes y las obras completas de Pomponio Mela, causara la alarma primero y la mofa después del vecindario de Malasaña.

En todo caso Gabriel seguía fiel a su tesis. Pensaba que la Atlántida era un anticontinente, un antilugar donde a diferencia de nuestra realidad existían tres dimensiones temporales y sólo una espacial. El que la física de esta entidad se limitase a una simple curva infinitamente delgada, le hacía concluir que debería reaparecer a través de un punto. Sus cálculos le habían llevado también a pensar que ese regreso se haría en el mismo sitio y a la misma hora donde las fuentes parecían situar la última desaparición del (anti)continente perdido.

Un quince de julio, a eso de las cuatro y media de la tarde, el sismógrafo empezó a registrar unas medidas anormalmente altas. De repente, el suelo comenzó a moverse plásticamente, como la lava de un volcán. Las paredes de los edificios empezaron a arder y los coches a derretirse como helados de horchata. Gabriel cayó al suelo inconsciente.

Desde entonces, además del casco, el sismógrafo, los tres focos reflectantes y las obras completas de Pomponio Mela;  Gabriel nunca olvida su sombrero Panama Jack.

viernes, 22 de marzo de 2013

En familia


Hace dos años acordamos que Fina cribaría las necrológicas del ABC. La fobia de nuestra madre a la malsana moda de los tanatorios que se empieza a imponer entre las clases más pudientes de Madrid,  está obligando a mi hermana a descartar los muertos del Barrio de Salamanca. Una lástima, dice siempre mi padre, que odia los estridentes llantos de la clase obrera del Sur. Pero los cuatro tenemos claro que un velatorio fuera de la casa del finado es otra herejía más post conciliar, como las misas de ahora, sin latín y con esas odiosas guitarras.

Tras elegir candidato y siguiendo las consignas consensuadas en familia, mi hermana elabora un pequeño dossier con la gente que declara en la esquela llorar la ausencia del ausente: hermanos, hijos, esposa, La Casa de Soria en Madrid o el Ilustre Colegio de Administradores de Fincas.

Sobre las 7, cuando mi padre llega del trabajo, montamos los cuatro en el seiscientos camino del velorio. Al llegar, es mi madre la que abre el fuego: sostenida por mi padre, y con una dignidad insoportable,  llora mientras repite de forma sincopada el nombre del finado. Mi hermana y yo vamos detrás, cabizbajos, y acariciando de vez en cuando las canas de mamá. Pero el clímax de la función se alcanza al encontrarnos con la viuda. El estado de ésta, aturdida por el dolor y la falta de sueño, le hacer responder a las condolencias en función de la intensidad con que se las transmitan, lo que nos obliga al único momento de histrionismo de la representación.

Tras dejar a la viuda, nos repartimos entre los corrillos que se van formando por la casa. Mi padre y yo siempre permanecemos juntos. Últimamente la muerte del Su Excelencia el Generalísimo y las incertidumbres sobre el Gobierno de Arias ocupan las mayoría de las conversaciones.

A los cuarenta minutos de llegar toca iniciar la retirada. Los cuatro, casi al unísono, dejamos de participar en las diferentes discusiones. Empezamos a parecer ausentes, miramos insistentemente el reloj y cuando el silencio de nuestros contertulios los permite, lanzamos alguna frase que deje claro la urgencia de nuestra partida.

Nos despedimos amorosamente de la viuda, de los hijos, de los nietos, de los miembros de la presidencia de la Sociedad de Amigos del Botillo; soltamos el "no somos nada” de rigor y en diez minutos ya estamos en La Carretera de Extremadura comentando la calidad de las coronas de flores y de la madera del ataúd. Mi madre numca se cree el dolor de la viuda.

jueves, 21 de marzo de 2013

El ejército de Imre


                                                                                                                              A mi madre
                   
En la primavera de 1905, tras dos años en el ejército de su Majestad Imperial, Imre Bolyai regresó a su Budapest natal desde Galitzia harto de luchas absurdas entre polacos y ucranianos. La muerte de su padre un año antes le había  puesto en el bolsillo 20.000 coronas y el problema de cómo usarlas.

Los consejos de un tío de su difunta madre le animaron a aceptar el traspaso de una tienda de figuritas de plomo, abierta cien años antes y situada en el entresuelo de un edificio de la calle Berkocsis.

Una vez abierto el negocio y pasados tres meses y cuatro clientes, entendió por qué a su tío "el consejero", le llamaban el idiota en la familia.

La desesperación le llevó a aceptar la oferta de convertirse en distribuidor oficial para el Imperio de la doble K de Industrias Hastings, de Frankfurt. Esta empresa, que ya había desbancado a Green y Asociados de Manchester como líder del sector juguetero en Europa,  había desarrollado recientemente un soldadito construido con carne humana y dotado de voluntad. Según le comentó el representante de la empresa estaban trabajando, con éxitos crecientes, en una nueva versión que incorporaba también alma. Le advirtió de todas formas que los prototipos con los que contaban hasta la fecha tenían ciertas carencias espirituales, y que aunque tenían muy lograda la noción de Eternidad, eran todavía incapaces de ser fieles a ningún ser superior omnisciente y todopoderoso.

Se trataba sin duda de una apuesta arriesgada que le obligaría a reformar la tienda para dar cobijo al nuevo producto: construir una cocina para dar de comer a las tropas,  minicaballerizas donde estabular a los pequeños caballos, una armería en la que reparar las armas dañadas en los ejercicios de la tropa, barracones donde instalar a la soldadesca y un edificio aparte donde pudieran vivir los oficiales  con sus familias (tenía claro que sólo a partir de teniente se podría acceder a tal privilegio). Incluso barajó la idea de instalar un burdel para mantener la moral de los hombres, pero lo descartó finalmente ante la negativa de su proveedor de fabricar para él las prostitutas con las que dotarlo.

 Pero una vez hecha la inversión y agotadas las últimas coronas de la herencia, la realidad lo puso de nuevo en su lugar. Si en Alemania el público no sólo acepta, sino que además demanda toda suerte de avances técnicos, el catolicismo de los súbditos del Emperador les hace ser refractarios a todo tipo de chisme inventado después de 1860. Y si además el artefacto tiene raíces prusianas, la desconfianza se convierte en un rechazo casi violento.

 En pocos meses Imre se vio arruinado, frustrado y con la obligación de desmovilizar a toda una división de pequeños húsares del ejército imperial, incapaces de dedicarse a otra cosa que lucir sus casacas y emborracharse con cerveza caliente en el bar del flamante edificio de oficiales.

 Esta historia me la contó él mismo en un comedor del Ejército de Salvación  en la Viena derrotada, triste y por primera vez republicana de 1919. Nos acababan de desmovilizar, y como la ciudad, estábamos cansados y humillados. También me contó que de aquella partida de soldaditos que le llevaron a la ruina, había conservado a dos cabos croatas gracias a los cuales había salvado el pellejo más de una vez durante la guerra.

miércoles, 20 de marzo de 2013

El maligno en las pequeñas cosas


Odio las bisagras, son testarudas y tiránicas  como una princesita de cuento. Cuando intentas colocar una puerta no te toleran un milímetro de error, no se puede negociar con ellas. Ante tus suplicas de "mira, que más da que el anclaje de abajo apenas llegue, los demás si entran", ellas se mantienen inamovibles, inflexibles ante la evidencia geométrica de que el de abajo no entra. Ni el sudor ni la fatiga de mantener en vilo tan pesada carga las ablanda.

Pero lo más odioso de todo son sus estridentes gritititos cuando les falta aceite. Si para concederte algo son tan germanas, a la hora de pedir se vuelven niñas malcriadas que lloran y lloran pidiendo su caramelo.  Sus llantos agudos, como los de los gatos en celo, resquebrajan la paz del vecindario y te hacen maldecir todo su mundo: la mina de donde se extrajo el hierro, la fundición donde se le dio cuerpo a este demonio y al ferretero, auténtico foco de la infección que contagia a los distraídos vecinos.

A veces sueño que vivo en una cueva, donde las estancias son simples oquedades en la roca. En la que un pequeño túnel me comunica con el exterior y me protege del frío y las alimañas, privado de comodidades modernas pero libre por fin de ese terror metálico.


martes, 19 de marzo de 2013

El padre de Luján


Luján lleva toda la vida vendiendo sonrisas. Aprendió el oficio de su padre, y a éste a su vez le enseñó el hambre. En el Madrid de la Postguerra, entre curas, militares y ruinas la risa era tan deseada como las lentejas o la dignidad.

Creo que fue cenando en casa de José Ángel Murcia, en Lavapies, donde Luján nos contó cómo empezó su padre en este negocio. Fue en abril del treinta y nueve, en el campo de concentración en que los fascistas habían convertido la Plaza de Toros de Badajoz.

Al principio regalaba las sonrisas entre sus compañeros de división, pero el éxito le llevó a  pedir cigarrillos, el aceite de las latas de sardinas o las mondas de las patatas. Tal llegó a ser su fama que incluso los guardias buscaban sus servicios. Una vez, un sargento le cambió una manta por un puñado de carcajadas para la timba que iba a organizar esa noche con algunos compañeros de armas.

Cuando lo soltaron, gracias a la ayuda de un coronel al que había conseguido un buen saco de risas para la boda de su hija embarazada, volvió a Madrid.

Pero de eso, dijo, ya nos hablaría otra noche.



Gracias Teresa.

lunes, 18 de marzo de 2013

La herencia


Una vez el coche quedaba estacionado en la nueva ciudad, los tres hermanos lo abandonaban con un mapa y uno de esos pequeños lápices de IKEA en la mano.

Hans, el pequeño, recorría los principales hoteles del centro de la ciudad acompañado,además, de su vieja libreta si tapas. Apuntaba, a parte del precio de la habitación simple y la doble, las posibles promociones que los hoteles de provincias tienen para las estancias de entre semana. Se interesaba especialmente por el desayuno ya que odiaba los  buffet, pues creía que atentaban contra la ortodoxia del café y la tostada.

Lucask se dirigía a las clínicas. Recababa sus horas de consulta, el instrumental del que disponían y el nombre de los especialistas. Recogía con especial cuidado los apellidos con el fin de detectar la presencia de algún clan médico, tan habituales en las ciudades pequeñas, y a los que su padre tanto odiaba. Por otra parte, tenía especial fijación por los quiroprácticos, algo que sin duda había heredada de su madre, y una enorme indiferencia, que a veces confundía con el odio, hacia los neumólogos. De esto último nadie, ni él mismo, conocía el origen.

Ibrahim, el mediano, que como todos los medianos es el más excéntrico, se encargaba de los burdeles. Su meticulosidad, otro rasgo más de los segundos, le llevaba a descripciones agotadoramente exhaustivas de los lupanares y sus trabajadoras: sus tarifas, medidas, edades, nacionalidad...

 A la tarde, en la cafetería convenida, se encontraban para intercambiar notas y opiniones. Tanto Lucask como Hans tomaban la palabra para sintetizar la información recogida. Normalmente se limitaban a recorrer las cifras y nombres y a comparar con las últimas ciudades visitadas. Ibrahim, tras entregar sus notas y escuchar a sus hermanos, se solía marchar al coche. La muerte de su padre y los problemas con la herencia le habían distanciado de sus hermanos.

domingo, 17 de marzo de 2013

La Escalera


Soledad, Soledad ¿Dónde diablos estará esta negra?- la voz aguda e irregular de la Viuda  se elevaba por la galería del edificio de la calle Arenal donde regentaba una pensión para gente selecta: las putas de Montera y algún que otro albañil de La Mancha.

Voy señora, voy. Maldita vieja amargada- la Negra Soledad arrastraba sus pesadas piernas de más de medio siglo por el pasillo que daba acceso a la mayoría de las habitaciones. Cuando llegó al mostrador de la entrada, donde la viuda había entrado en 1967 y de donde sólo había salido dos veces, esta le preguntó que dónde estaba la escalera.

Debajo señora. Está Debajo, como siempre- dijo la Negra.
Qué harta estoy de mantener a vagos. Pasea tu negro culo hasta donde coño esté esa puta escalera y me la traes. Pero ya!

La Negra Soledad retomó el camino por el que había venido pensando que esta vez no habría nada que hacer. La escalera estaba ya muy mayor, y como el carpintero que cuando deja el oficio solo usa muebles de papel, o el viejo poeta que harto de rimas y belleza decide acabar sus días en compañía de un mero, la escalera se había jurado morir Debajo